Miró a través de la cristalera. Como cada mañana, sentado tras la mesa y semioculto entre papeles, estaba ese hombre irritante: siempre con el mismo rostro cansino y la misma voz monocorde, trabajando al mismo ritmo monótono. NO pasaba de hoy, lo tenía bien decidido a pesar de la vocecilla interior que le recriminaba. Es que si al menos fuera simpático como Roca, siempre riéndose a mandíbula batiente de las ocurrencias que él le contaba, o diligente como Montsita, a la cual bastaba una mirada para que se echara a temblar (a pesar de las murmuraciones de Gutiérrez, que sostenía que se burlaba de él cuando no estaba delante). Ese Gutiérrez…era un lenguaraz, pero, en fin, gracias a él estaba al corriente de lo que sucedía en su ausencia. Pero Benítez parecía vivir en un mundo aparte; sí que trabajaba y lo no hacia mal, pero cuando le miraba lo hacia siempre a los ojos y de igual a igual… ¿acaso no sabía que era el último mono? Volvió a mirar ceñudo al empleaducho de marras y golpeó furiosamente el cristal.
Levantó la cabeza al oír el repiqueteo y vio a don Manuel haciéndole señas apremiantes para que fuera a su despacho. Suspiró y, con un mal presentimiento por lo inusual de la llamada, se dirigió hacia allí.
-¿Da usted su permiso, don Manuel?
-Pase hombre, pase ¿no ve que le estoy llamando? Entre y siéntese de una vez
Miró al dichoso hombrecillo que tenía delante y observó el cuello de la camisa, raido por cien lavados y la montura de las gafas, con una pata rota cuidadosamente vendada con cinta transparente, y casi le dio lástima. Carraspeó y se dijo que de hoy no podía pasar. Para darse fuerzas miró la nota que tenía delante y los números le dijeron que, con el sueldo de ese desgraciado podría tener un par de jóvenes con contrato temporal, lo cual significaba doble trabajo hecho por la mitad de dinero, si uno contaba con las bonificaciones del Estado para el fomento de empleo.
-Verá, Benítez, usted ya habrá reparado en que el trabajo va mecanizándose cada vez más, que con la nueva red de ordenadores se simplificaran las tareas administrativas… En fin, que con menos personal será posible llevar la oficina… Quiero decir que hay que suprimir un puesto de trabajo y que, sintiéndolo mucho, deberá usted cesar en su empleo a partir del próximo día uno.
Tuvo que apartar la vista de aquellos ojos desconcertados, como de animal herido.
-¡Don Manuel…! Pero si soy el más antiguo, si conozco todos los trabajos… Además puede usted reciclarme, iré a aprender lo que usted quiera… ¡Don Manuel, soy padre de familia!
-¡Cálmese, Benítez, por Dios! No me sea usted pusilánime, hombre. ¡Pero si he pensado en usted porque es muy válido y podrá encontrar trabajo enseguida!
-Don Manuel, tengo cincuenta y tres años…
-Venga, venga, no se acobarde. Si todo el mundo fuera como usted, nadie se arriesgaría nunca. Fíjese en mí: si tengo este puesto es porque me arriesgué y…
-Y porque se casó usted con la hija de don Carlos, que en gloria esté.
-¡Benítez, no sea impertinente, coño! ¡Siempre he sabido que era usted un subversivo! Haga el favor de bajar a Personal para arreglar papeles…Ah, y no piense en mover jaleos porque su despido tiene todos los beneplácitos de la ley de remodelación para pequeñas empresas y sólo va al salir escaldado si piensa joder con eso de los sindicatos. ¿Me ha oído, Benítez?
El hombre se levantó lentamente y se irguió mirándole fijamente a los ojos, tanto, que casi le hizo bajar la mirada, y oyó que susurraba:
-Le he oído yo y posiblemente el resto de la oficina, señor. Agradezco su cortés despedida y la consideración obtenida por mis años de trabajo. Que duerma usted bien, don Manuel.
Y dicho esto, salió con paso tambaleante y tras pasar el umbral pareció encogerse lastimosamente.
Bueno, ya estaba hecho, pensó aliviado. ¡Demonio de empleados…! ¡Pues no tenía él suficientes dolores de cabeza como para que, encima, se le pusiera chulo ese paria! Su úlcera de estómago protestó enérgicamente y la punzada le hizo soltar un taco. Con un humor cada vez peor, aporreó la tecla del dictáfono y vociferó llamando a Montsita… ¡Esa bobalicona! Si no se dejara pellizcar de vez en cuando, también iba a tener él semejante medianía como secretaria…