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DEBERÍAMOS VIVIR MIRÁNDOLO TODO COMO SI LO ESTUVIÉSEMOS CONTEMPLANDO POR PRIMERA VEZ O POR ÚLTIMA

miércoles, 16 de marzo de 2011

Una convocatoria literaria:Este jueves un relato: UN CONCIERTO

Le temblaban las manos de pura emoción, incluso pensó con horror en la posibilidad de desmayarse. Pero una vez acomodada en su silla, cuando fue consciente de las flores que llenaban de color y perfume la sala, y de las magníficas arañas que la bañaban en torrentes de luz, cuando paseó la mirada por los artesonados dorados y las esculturas… se sintió parte de aquello, ¡estaba haciendo realidad su sueño! . Durante años, cada mañana del uno de enero, se sentó delante del televisor fascinada por aquel concierto que transmitían desde Viena. Para ella, que jamás había salido de su ciudad, aquello era el colmo del refinamiento y la exclusividad. Alguna vez se atrevió a decirle a su madre cuánto le habría gustado estar allí , pero su madre siempre respondía: “Calla, calla, mejor lo vemos desde aquí, en casa sentaditas”. Sentaditas. Ella había visto pasar la vida sentadita, había visto como los hombres pasaban de largo, las bodas de sus amigas, las maravillas del mundo desde una pantalla de televisor, el dinero en las clientas de la zapatería de lujo en donde trabajaba desde los quince años…. Siempre mirando sentadita. Pero hoy no, hoy ella era parte de la vida. Miró disimuladamente a los espectadores sentados cerca de ella, en primera fila de platea… parecían tan importantes, tan seguros, tan mundanos. Para darse ánimo miró sus fantásticos zapatos. Aún recordaba la cara de su jefe el día que le preguntó qué regalo le gustaría para su jubilación; ella había respondido sin dudar: “Esos zapatos de cocodrilo”. El hombre se quedó estupefacto,- ¿para qué querría esa solterona unos zapatos tan lujosos?”-, pero consiguió sonreír y le alargó la caja- al fin y al cabo esa mujer llevaba en la zapatería desde los tiempos de su padre, primero de dependienta y luego de cajera, así que, si quería zapatos de cocodrilo, pues muy bien.

Algo más tranquila, revisó su dos piezas, cosido por ella pero que conseguía dar el pego; sonrió halagada recordando la cara del recepcionista del modesto hotel: unos ojos como platos al verla vestida como una señora después de que el día antes entrara con tejanos y coleta. En cuanto a las joyas, aquí sí que no había nada que hacer, sólo contaba con los pendientes de perla de su pobre madre. Si la viera ahora… le daba un soponcio, ella que siempre conseguía ahorrar a fuerza de recortar al límite cualquier capricho. Siempre la misma canción: “ahorrar para la vejez”… Y para qué… ella vivió sus últimos años impedida, sin recordar ni su propio nombre… A ella le daba igual la vejez, para qué iba a preocuparse de su vejez ella que no tenía a nadie; mejor si no llegaba. Pero no quería pensar cosas tristes, hoy era un día feliz, un día que le costaba casi todos sus ahorros.

Los aplausos anunciaron la llegada del director, y tras un breve saludo, la filarmónica arrancó con el programa. Si existía cielo, debía parecerse mucho a aquello: la música la abrazó y la meció a ritmo de vals, la dejó extasiada esa orquesta que sonaba como un sólo instrumento siguiendo las manos mágicas de aquel hombre, impecable en su chaqué. Desde niña la música de Strauss había sido como un bálsamo para ella, por apenada que estuviera, siempre aquellas notas amables habían conseguido levantarle el ánimo. Y ahora, esas melodías nacían delante de ella, iban directas a su corazón desde el corazón de la tierra que las vio nacer.

Sus sentidos estaban al borde del colapso, incapaces de asimilar tanta belleza como absorbían: los aromas, la luz, la música… Ahora llegaban las primeras notas del “Danubio azul”, tan conocidas y que siempre le parecían tan hermosas como la primera vez. Los bailarines danzaban entre el público, adolescentes ingrávidos y hermosos que expresaban la melodía con sus cuerpos convertidos en instrumentos de carne… Sin darse cuenta estaba batiendo palmas con la marcha Radetzky, el final del concierto. Se fue rezagando hasta salir con los últimos espectadores, quería dilatar al máximo aquel día extraordinario. Sus amigas decían que el día de la boda era el día más importante de su vida, pues bien, ella acababa de vivir el suyo. Y era feliz, en aquel instante perfecto. Al salir, se fijó en un reloj barroco del vestíbulo, en la esfera esmaltada se leía : “Tempus fugit”. Dos palabras que encerraban el sentido de la vida. El tiempo huye, nadie puede detenerlo, pero hoy ella había vivido intensamente y eso era su poquito de inmortalidad.

Más conciertos y virtuosos en http://callejamoran.blogspot.com/2011/03/este-jueves-relato.html

miércoles, 9 de marzo de 2011

Una convocatoria literaria:Este jueves un relato: ELLA


Le aparcaron la silla de ruedas en el rincón de los rosales, al sol, como cada mañana. En su cascada de días monótonos y nebulosos, aquellos momentos eran los únicos que tenían vida: allí, al sol, que le calentaba lentamente la sangre perezosa y los huesos castigados. Poco a poco le volvía la vida y con ella los recuerdos: no era capaz de recordar qué había comido en el desayuno, ni siquiera si lo había tomado, pero su vida anterior a aquel geriátrico estaba viva hasta el detalle en su memoria y volvía día tras día a su mente. Nació mujer, pobre y en unos años oscuros, sólo eso ya era una condena. Sus hermanos varones pudieron ir por un tiempo a la escuela antes de empezar a trabajar los campos, sabían leer y contar, por muy torpemente que lo hicieran. Ella no, ella desde que podía recordar ayudaba a madre en la casa o iba con las cabras al monte. Al llegar a los diecisiete, su padre decidió casarla con un vecino, cuarentón, hosco, con la dentadura podrida. A cambio la familia recibiría un huertecillo al lado del río, que aseguraba fruta y verdura para todos. Madre lloró y suplicó que no casara a su chica con aquel bestia, pero padre dio un gran puñetazo en la mesa “Una boca menos, un huerto de más y comida caliente para la muchacha el resto de su vida”. Así acabó la discusión y ella pasó a su marido casi en calidad de bestia de carga: trabajó sus campos, cuidó su casa y sus animales y le parió nueve hijos. Como siempre que llegaba a ese punto, una lagrimilla asomaba a sus párpados legañosos. A los dos mayores se los mataron en la guerra, tres murieron de chicos: uno al nacer y dos de garrotillo. Los otros se dispersaron por las capitales, buscando el futuro que el campo les negaba. Y el último, su Juanillo… si él supiera que estaba aquí, sola y vieja… seguro que iba a sacarla para llevarla con él. Siempre fue su niño querido, tan dulce y sensible, siempre detrás de ella, entre cazuelas y escobas. Su marido les observaba con gesto torvo, hasta que se levantaba, se sacaba el cinturón “¡¡¡ Maricón, más que maricón!!! Y tú, a saber con quién me habrás engañado para parir a ese mostrenco…” Y la emprendía a zurriagazos con el chico y con ella, más con ella porque intentaba proteger al niño con su cuerpo. Así una vez y otra, hasta que un día, con quince años, su Juanillo se marchó; se despidió de ella llorando y ella lo entendió: le dio las pocas pesetas que guardaba en una lata y se sentó mirando el fuego hasta que no le quedaron lágrimas. Y se quedó sola, primero marcharon sus hijos y luego, al menos un alivio, murió su marido. Vendió sus pocas tierras para pagar el entierro y adecentar la casa y se puso a jornal, en el campo, en el lavadero, en la matanza… y así años y años, hasta que su cuerpo dijo basta y el mosén movió sus contactos para meterla en el asilo. No…, geriátrico le llamaban ahora....

- ¡Manuela¡ Uy, por Dios, que no me he olvidado de ti ni quiero que te pongas negrita como una faria, aquí al sol – la risa atropellada de Eva, la cuidadora, que llegaba corriendo para empujar su silla otra vez de vuelta al comedor- Es que hemos tenido reunión con los del sindicato, y no veas que lío… qué suerte has tenido, Manuela, de no tener que trabajar en una empresa, a sueldo…..

Otras mujeres en http://callejamoran.blogspot.com

jueves, 3 de marzo de 2011

Una convocatoria literaria:Este jueves un relato: LA PRIMAVERA LA SANGRE ALTERA



El violín ora cantaba como un pájaro, ora parecía seguir el caprichoso vuelo de una mariposa…una cascada de arpegios llenaba la sala del Teatro Auditorio acariciándole. Cerró los ojos y suspirando se arrellanó en la butaca, sus dedos artríticos parecían cobrar vida independiente y, sin que en ello mediara la voluntad, iniciaban amagos de movimiento como si volvieran a tener las cuerdas bajo ellos. La Primavera de Vivaldi … siempre sería la primavera de Herta. Cuántos años habían pasado desde entonces, cuántas primaveras desde que la viera por primera vez ensayando aquella pieza. Dos estudiantes de violín con una beca para el Conservatorio de Viena, jóvenes, llenos de ilusión y con la vida por delante… El amaba la música desde que tenía memoria, era su pasión y su lenguaje más íntimo, trabajó y luchó para ser un buen violinista pero jamás pasó de ser un impecable ejecutor técnico: consiguió un puesto en la Filarmónica y cuando sus dedos dejaron de obedecerle fue profesor en el Conservatorio. Cuántas horas de estudio, ensayaba hasta que no podía más, pero algo se interponía entre la música que sonaba en su cabeza y la que sus dedos transmitían, su música no tenía alma. Pero Herta… Herta era otra cosa: cuando tomaba el violín como si fuera una joya y lo apoyaba amorosa en su cuello, cuando sus dedos finos acariciaban el arco… ah, entonces se transformaba. Era un ser de luz, en simbiosis con el instrumento, era la Música en toda su grandeza, era la voz de Dios… Cómo la había amado, tanto como a su música. Pero su rival era demasiado poderoso, el Violín se la arrebató. Herta sí llegó a concertista, ella sí pudo emocionar a un teatro entero con su don…
-Abuelo… ¡abuelo! Que te duermes… - su nieta le sacudía levemente el brazo, sonriendo. Con un guiño, le agradeció la sonrisa y volviéndose hacia su mujer, le tomó la mano y depositó un largo beso en la palma arrugada. Esas dos mujeres eran su destino, su obra, su melodía.
Vivaldi seguía pintando con verdes tiernos y azules luminosos la alegría de la vida que renace, el gozo de la juventud y la fuerza, la llegada de la primavera. Fuera, el invierno se resistía a abandonar su reinado con furiosas ráfagas de aire helado, azotando las ramas que, preñadas de yemas, traían su inexorable mensaje de resurrección.



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