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DEBERÍAMOS VIVIR MIRÁNDOLO TODO COMO SI LO ESTUVIÉSEMOS CONTEMPLANDO POR PRIMERA VEZ O POR ÚLTIMA

lunes, 24 de enero de 2011

CUENTO PARA PALIAR EL ABURRIMIENTO. - parte 4

Cruzó el portal y se dirigió al bar de la esquina, por primera vez seguramente desde que estaba en el vecindario. Iba con el firme propósito de coger una buena cogorza, como nunca había hecho y de sumirse en el olvido que, según todas las películas y novelas, produce el alcohol. De modo que pidió un coñac doble y se lo tomó de un trago, lo que le causó un tremendo acceso de tos. Eso le permitió darse cuenta de que, emborrachándose, antes se ahogaría él que sus penas. Decidió pagar la cuenta y marcharse a dar un paseo. Cuando el mozo le devolvió el cambio fue cuando vio el anuncio de la Loto:”Esta semana bote especial de 1.500 millones”. Pensó que había leído algún cero de más por obra y gracia del coñac ingerido y miró el anuncio con más atención ¡Cielos, mil-quinientos-millones! El camarero, viéndole tan interesado en el letrero se le acercó sonriendo:
-¿Qué, amigo, va usted a echar una? El bote bien se lo vale…
-¿Echar una? Bueno, a decir verdad no lo he hecho nunca… Pero, ¡qué caramba, dígame cuánto vale!
Y así, por los extraños caminos que siguen nuestros actos y nuestras vidas, empezó el destino una nueva senda, seguramente programada para él desde el principio de los tiempos.

Los días que siguieron los recordaría siempre como una pesadilla, tenía deseos de que pasaran lo más pronto posible para escapar de aquella situación, al mismo tiempo le daba miedo que siguiera corriendo el tiempo porque lo hacía en su contra, acabando con sus esperanzas una a una. Fue a ver a todos los amigos y conocidos que pudieran echarle una mano, pero sólo consiguió buenas palabras, manidos consejos y sonrisas embarazosas precipitando la despedida. Escribió y mandó su currículo a media ciudad y el más absoluto silencio le respondió, ni siguiera un acuse de recibo. Quiso hablar con sus ex. compañeros para intentar un conato de protesta por su despido, invocando a su solidaridad, pero desistió cuando vio sus miradas huidizas y escuchó las más variopintas excusas.
Si por lo menos en casa tuviera algún apoyo… pero Marita seguía con sus letanías, amenazando además con dejarle solo e irse a casa de su madre, y el chico… bueno, ese seguía igual, quizá con un poco mas de desprecio en la mirada únicamente.
Aquel día se cumplían tres semanas desde su despido; había pasado toda la mañana pateándose la ciudad, mitad para buscarse la vida, mitad para no estar en casa. Precisamente ahora iba para allá, a comer, y sin darse cuenta enlentecía el paso, inconscientemente retrasando la hora de los reproches. Entonces lo decidió: no iría, comería en algún barucho y después seguiría su ronda. Buscó por las calles cercanas harta que encontró lo que buscaba, un local minúsculo con un pizarrón en la entrada “Menú del día: 7 euros” así que entró y buscó la mesa más desapercibida, la que estaba casi enfrente de la puerta de la cocina. Encargó su comida al muchachito que ejercía de camarero y esperó. De pronto, allí sentado y acodado sobre el mantelito de papel, le sucedió algo extraño: se vio a sí mismo como si mirase desde fuera de su cuerpo, como si no fuera con él todo aquello, y contempló al hombrecillo de cincuenta y tres años, desmejorado y solo, tan terriblemente solo y abandonado como nunca había sido consciente de que lo estaba. Y esa soledad cayó sobre sus espaldas con todo el peso del mundo dejándole casi sin respiración, hasta que un sollozo amargo le devolvió el aliento.

3 comentarios:

  1. Que terrible la soledad no buscada. Y cuanta angustia produce no ser comprendido ni apoyado.

    En mi blog Agradeciendo regalos tienes uno para ti, como siempre eres libre de aceptarlo
    http://katy-agradeciendoregalos.blogspot.com/2011/01/regalito-de-wendi.html
    Un beso y feliz semana

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  2. marisol esta requetebien narrado animoooo

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  3. Gracias, sigo adelante.
    Katy, soy muy torpona, no sé como se hace con los regalos. He entrado en el blog pero cuando clicko mi nombre,se cierra. En fin, que aún estoy en párvulos.

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