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DEBERÍAMOS VIVIR MIRÁNDOLO TODO COMO SI LO ESTUVIÉSEMOS CONTEMPLANDO POR PRIMERA VEZ O POR ÚLTIMA

jueves, 17 de febrero de 2011

VENGANZA


-Mira, Rosita, ya me sale. Chun, chun, chun, chuchuchun….
Detrás de la persiana, ella y su madre se reían intentando no hacer ruido. Era una pesada tarde de agosto y por los balcones abiertos no entraba ni un soplo. Del piso de enfrente seguían saliendo los rasgueos patéticos que Paco arrancaba (en el más doloroso de los sentidos) de una martirizada guitarra.
La historia tenía su miga. En aquel piso vivía un matrimonio ya mayor, sin hijos, y como eran tiempos duros pensaron en amortizar la vivienda poniendo un realquilado. El susodicho, de nombre Paco y andaluz de los sosos, era un soltero viejo que con el tiempo acabó siendo el amante (o el “querido” como se decía entonces) de la Rosita. El marido, inevitablemente enterado del asunto, tuvo que mirar para otro lado, pues su mujer era la dueña del piso y su magro sueldo de oficinista no le daba para más alternativas. Y así pasaron a ser conocidos en el barrio como “la vinagrera”, interpretación socarrona que dio el vecindario a aquel trío que paseaba en amor y compaña: la Rosita en medio, mujerona alta y de busto más que prominente, flanqueada por marido y amante, ambos flacos y esmirriados. No faltó quien dijo que aquellos dos equivalían a uno. Y es que, a pesar de que eran años de misa y moralina, la gente de a pie era indulgente con los pecados de la carne.
-Rosita, escucha, ya me sale “Maria de la O”….chun, chun, chunchun, chun chun….
Nuevas risas sofocadas detrás de la persiana.
–Si todo lo hace igual este Paco, va arreglada la Rosita. Venga, salgamos al balcón, que ya dan los cuartos en el reloj de la plaza.
Se acodaron en la barandilla, el espectáculo estaba a punto de empezar; no eran las únicas que con el cuento del calor se asomaban a aquella hora. Las campanadas acababan de dar las cuatro y como si estuviera sincronizado con el mecanismo, el marido de Rosita salió por la puerta de la calle. Insignificante en su traje barato y su eterno sombrero, enfiló la acera con sus pasitos cortos y saltarines que le hacían parecer un jilguero con maletín. ¡Ahora, ahora! Llegó a la esquina y dejó con solemnidad la cartera en el suelo, se dio media vuelta y con gesto frenético hizo varios cortes de manga en dirección al piso que emitía los ayes (de dolor) de la guitarra. Hecho esto, recuperó su flema habitual y su cartera y dobló la esquina.
Miradas divertidas y guiños entre las vecinas asomadas.
– Mira, Rosita, ahora la “Bien Pagá”… chun, chunchun, chun….

7 comentarios:

  1. jajajajajajaaaaaaaaaaaaa querida Marisol, gracias por llevarme a ese balcón.
    Es cruel mi risotada pero no he podido reprimirla...
    Es que al ver al pobre y "esmirriao" oficinista hacer los cortes de mangas...mirando a la casa y todo el vecindario asomado viénsolo.
    Es un estupendo sainete, o una película de Berlanga...

    Pero bueno, en un duo de tres, no se mete nadie.
    Vaya imaginación más oprodigiosa amiga.
    Un besito

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  2. jajaja que post más divertido. La descripción que hiciste es para imaginarse al trio.
    Hasta la pobre guitarra tenia su sitio.
    Chun, chun, chun,
    Besos guapa

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  3. Buena publicación y muy descriptiva, tanto que te hace ver la situación como si fuera real . Besos

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  4. Me ha encantado lo del corte de mangas desde la esquina, seguro que es lo unico que le da fuerzas para seguir con la cabeza alta a pesar del peso.
    un beso !!!!!!

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  5. Marisol me he reido mucho, de esos andaluces sosos ya conozco alguno, que no todos tienen salero. La estampa de los tres la pintas requetebien. El final genial ese corte de manga a la vuelta de la esquina. jajajaja.
    Besos.

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  6. Que relato tan gracioso y que bien lo has descrito. La verdad es que hay cada caso en la vida que no se "pue aguanta". Me ha gustado mucho. Un beso y feliz fin de semana Marisol.

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  7. Gracias por pasaros por aquí. Yo nací y crecí en un barrio muy auténtico, y os aseguro que alguna Rosita había. En mi relato he querido resarcir un poco al pobre marido del "sombrero" que llevó durante tantos años. Va por tí, vecino.

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