La lluvia cae mansa, en paz; lava el alma y se lleva las lágrimas junto con las suyas. La veo caer y me gusta esa melancolía, esa luz gris que todo lo dulcifica. Me inspira recogimiento. Todo se vuelve más intimo y diferente: las calles se acharolan y los arboles se iluminan con guirnaldas de cristal, como sacados de un país de fantasía
El olor de tierra mojada, de calle mojada me lleva siempre a mi infancia, me recuerda las tardes que, detrás de los cristales, miraba como caía la lluvia con la sensación de presenciar un prodigio. Porque eso era para mí entonces: agua, caída del cielo, a veces fina y delicada como un velo, y a veces furiosa y alocada, jinete del viento azotando el mundo. Me fascinaban las gotas corriendo por el cristal, atrapándose, empujándose, tan pronto separándose como fundiéndose. Me maravillaban sobre todo los relámpagos y truenos, mi madre se reía y me decía que los ángeles cambiaban los muebles de sitio. Y yo venga preguntar por qué, qué es eso... Me sobrecogía todo aquel festival de luz y sonido que organizaba la lluvia… sobre todo en el pueblo, con la caja de resonancia de las montañas que lo hacia imponente. Era sobre emocionante distinguir en un segundo la trayectoria de un relámpago, imprevisible, espeluznante. Y las jaculatorias de las abuelas vecinas encomendándose a Santa Bárbara (así que esa santa… ¿TENIA influencias sobre eso? Qué fuerte!), persignándose a cada centella como si las mandara el mismo diablo y no el cielo (¿acaso el diablo podía disponer del cielo para sus fechorías…?). Recuerdo a la tía Marina, una vecina que abría puertas y ventanas para que, si caía un rayo, pudiera volver a salir y no le hiciera daño. .. suerte que nunca le entró ninguno para probar la teoría.
Y por no hablar del granizo, otra maravilla. Caer piedras de cielo, piedras de hielo de diferentes tamaños y texturas. ¿Cómo no se caen las nubes con el vientre lleno de piedras?
Me gustaba sentirme en casa, acompañada, una sensación agradable pensar en las inclemencias de fuera desde la seguridad de casa.
Ahora, a pesar de que la edad ha trocado todos esos portentos en áridas explicaciones científicas, sigo viendo la lluvia con un cierto asombro todavía. Y también con una cierta nostalgia porque la niña que miraba tras los cristales se ha escondido definitivamente dentro de mí y ya sale muy pocas veces. Y no puede ir corriendo a mamá a preguntar todos sus porqués ni a refugiarse cuando retumba el trueno.
Ay, que tendrá la lluvia que nos envuelve en nostalgia y nos pone el alma chiquitita.
El olor de tierra mojada, de calle mojada me lleva siempre a mi infancia, me recuerda las tardes que, detrás de los cristales, miraba como caía la lluvia con la sensación de presenciar un prodigio. Porque eso era para mí entonces: agua, caída del cielo, a veces fina y delicada como un velo, y a veces furiosa y alocada, jinete del viento azotando el mundo. Me fascinaban las gotas corriendo por el cristal, atrapándose, empujándose, tan pronto separándose como fundiéndose. Me maravillaban sobre todo los relámpagos y truenos, mi madre se reía y me decía que los ángeles cambiaban los muebles de sitio. Y yo venga preguntar por qué, qué es eso... Me sobrecogía todo aquel festival de luz y sonido que organizaba la lluvia… sobre todo en el pueblo, con la caja de resonancia de las montañas que lo hacia imponente. Era sobre emocionante distinguir en un segundo la trayectoria de un relámpago, imprevisible, espeluznante. Y las jaculatorias de las abuelas vecinas encomendándose a Santa Bárbara (así que esa santa… ¿TENIA influencias sobre eso? Qué fuerte!), persignándose a cada centella como si las mandara el mismo diablo y no el cielo (¿acaso el diablo podía disponer del cielo para sus fechorías…?). Recuerdo a la tía Marina, una vecina que abría puertas y ventanas para que, si caía un rayo, pudiera volver a salir y no le hiciera daño. .. suerte que nunca le entró ninguno para probar la teoría.
Y por no hablar del granizo, otra maravilla. Caer piedras de cielo, piedras de hielo de diferentes tamaños y texturas. ¿Cómo no se caen las nubes con el vientre lleno de piedras?
Me gustaba sentirme en casa, acompañada, una sensación agradable pensar en las inclemencias de fuera desde la seguridad de casa.
Ahora, a pesar de que la edad ha trocado todos esos portentos en áridas explicaciones científicas, sigo viendo la lluvia con un cierto asombro todavía. Y también con una cierta nostalgia porque la niña que miraba tras los cristales se ha escondido definitivamente dentro de mí y ya sale muy pocas veces. Y no puede ir corriendo a mamá a preguntar todos sus porqués ni a refugiarse cuando retumba el trueno.
Ay, que tendrá la lluvia que nos envuelve en nostalgia y nos pone el alma chiquitita.
Unos lindos recuerdos. No comparto en absoluto la ilusión de la lluvia. Estoy harta de estar pasada por agua. Si que reconozco que es muy bucólico eso de ver resbalar las gotas a través de los cristales, pero prefiero verlos secos.
ResponderEliminarLo que no quita que sin mojarme he disfrutado de tu post:)
Buen finde
Caray, Marisol,¿¿¿ estás segura que no somos familia?????
ResponderEliminarEs que nos parecemos tanto...
He sentido propias todas las sensaciones que describes magistralmente, pero además también sentía cosas parecidas....
Una maravilla, querida amiga.
Eres una contadora y narradora magnífica.
Por cierto, acabo le ller los dos últimos capítulos del cuento y...también me han gustado mucho....como no...
Un besito muy fuerte y buen fin de semana.
Por cierto, espero que estés mejor del pié.
Por cierto, también pinto y me gusta modelar.... jajajaja
ResponderEliminarLuna, debimos ser hermanas en otra vida, porque los parecidos son muchos, qué bueno. Por algo tu te haces llamar Luna y yo Mari... Sol.
ResponderEliminarBesos !!!
Katy, gracias por encontrarte siempre por aqui. Supongo que, según el dia, a mi tambien me hubiera fastidiado la lluvia, pero como ahora miro los toros desde la barrera.... me doy el lujazo de ponerme sentimental, jejejeje... Besos !!!
ResponderEliminarHola Marisol, cuando uno observa tanto lo que tiene alrededor y con ello, es espectador de todo lo que le acontece, o le supone, sabe mirar la vida desde otro prisma.
ResponderEliminarCreo que eso me pasa a mi, esa lluvia que da encuentros interiores y esa manera de observarla, es saber darle significados, y a veces que reconfortante es.
Si, me has pillado, pintaba y como Luna modelaba, ahora no puedo, pero espero hacerlo pronto.
Por eso escribo, para sacar mi interior creador fuera, tantas ideas no pueden mantenerse dentro, desconocía que podía trasladarlo a palabras...
Un beso,
La lluvia nos da lugar a lavar el alma y a contemplar mejor la naturaleza para que le mantengamos en respeto que se merece!! Un abrazo... aqui con nieve que tampoco deja indiferente
ResponderEliminarEn este preciso instante en el que te leo, el cielo de mi ciudad parece enfangado en una pelea de titanes, truena sin cesar, amenazando esa lluvia que se ve tras tu cristal.
ResponderEliminarBesos lluviosos en unos instantes.
Precioso relato.
Marisol, bonito relato aunque aqui en Córdoba llevamos tiempo que vemos nubarrones de agua y nos ponemos a temblar. Ma ha gustado como lo has expresado. Te envio un abrazo y feliz domingo.
ResponderEliminarSabes Sol, amí me encanta que la lluvia me bese, me acaricie, me lave, me purifique...y creo sinceramente que ella lo sabe. Me gusta pensar que la naturaleza que me rodea se hermana en esos momentos conmigo y todos celebramos el mismo y glorioso festival del agua del cielo.
ResponderEliminar¡Cuánto me gusta leerte!
Un abrazo.
Mariví
Me ha presentado tu blog Merama y estoy aquí para quedarme, si no te molesta . Un abrazo
ResponderEliminarMarisol Muy bien , ahora te veo en cuanto se abre el blog.
ResponderEliminarEres muy aplicada.
Petunets
Merana
Te conviene que se quede Chelo, porque es profesora, y te puede ayudar, como me ayuda a mi.